El «trilema» del bienestar es muy claro: cobertura-suficiencia-sostenibilidad. Queremos estar cubiertos frente a todo tipo de contingencias, que esta cobertura sea adecuada desde el punto de vista de la suficiencia de las prestaciones y que todo el conjunto asistencial sea sostenible económicamente, para lo que se necesitan recursos considerables. Esta es una aspiración complicada, sobre todo si el confort que proporciona este sistema de bienestar adormece la capacidad activa de la sociedad.
Para simplificar el universo contenido en el párrafo anterior, me limitaré al caso de una cobertura muy importante: las pensiones. Queremos que las pensiones lleguen a todos (supongo que todos las merecen e incluso las necesitan), que estas sean suficientes, y que además sean sostenibles. Más concretamente, queremos que las pensiones conserven su poder adquisitivo, como ha sido tradicionalmente. Esto nos pone frente a frente con el dilema suficiencia-sostenibilidad.
Bueno, no hay tal dilema. O entendemos que si las pensiones no son sostenibles no se podrán pagar íntegramente a sus beneficiarios o nos engañamos a nosotros mismos. Hay varias formas de lograr esto, primero tu sostenibilidad y luego tu autosuficiencia. Pero ninguno de ellos es indoloro.
Mire estas tres herramientas: (i) contribuciones, (ii) beneficios y (iii) edad de jubilación (vigente hoy a los 64 años). Sí, también la edad de jubilación, por si las otras dos te parecían insuficientes. Te habrás dado cuenta, quiero provocarte. Entre otras cosas, porque, quizás, me pueden dar alternativas que yo, modestamente, no veo.
El factor más potente, considerado aisladamente, que provoca problemas en la financiación de las pensiones en todo el mundo es (adivinen qué)… Efectivamente: la imparable prolongación de la esperanza de vida al nacer y sobre todo en la vejez. Porque a los 65 años prácticamente todo el mundo (en los países avanzados) ya está aquí.
Esta prolongación de la esperanza de vida, a una edad de jubilación constante (importante para lo que sigue), hace que en un contexto de cada vez más tardía incorporación al mercado laboral (el capital humano requiere) la financiación de hasta dos Décadas de jubilación, con beneficios indexados a el costo de vida, es cada vez menos soportable. Y no para los trabajadores del momento, que me lo dirán sin duda, sino en cualquier esquema concebible de pensiones públicas o privadas, de capitalización o reparto. En todo. Tanto para la cuenta agregada del sistema como para todas y cada una de las cuentas individuales, las de los sistemas privados y las de los sistemas públicos, que las tienen, aunque en muchos países, incluido el nuestro, estas cuentas individuales son opacas a por el sistema mismo.
El párrafo anterior también condensa la madre de la sostenibilidad de las pensiones y, si intentan verlas entre líneas, las razones por las que los chicos o chicas o la inmigración no se resolverán en el problema. Además, dada la mayor esperanza de vida de los nacidos hoy, más nacimientos solo agravarán el problema. Y, créanme, los marcianos (habitantes de Marte) no se dejarán convencer para resolverlo, y tampoco los robots.
Lo mejor, créanme, para hacer posible la sostenibilidad de las pensiones indexadas al IPC es indexar, a su vez, la edad de jubilación con los aumentos de la esperanza de vida.
¿Cómo declinar tanto la indexación del IPC como la sostenibilidad? La indexación de las pensiones con un índice que les permita recuperar la pérdida de poder adquisitivo que pierden cuando aumenta el costo de vida (casi siempre aumenta, pero no siempre, a veces disminuye) se suele realizar utilizando el Índice de Precios al Consumidor (IPC) que permite calcular el cambio en el costo de una amplia canasta de consumo representativa del gasto de los hogares.
También suele hacerse utilizando el índice de variación de los salarios nominales, que a su vez puede indexarse al IPC y, además, incorporar ganancias de productividad cuando se produzcan. En muchos países se utiliza como referencia para indexar las pensiones los salarios y en muchos otros el IPC.
Pero no conozco ninguno que aplique el llamado «IPC Real» para la indexación de las pensiones, que se ha propuesto recientemente en nuestro país. Ellos preguntan. Nadie sabrá la respuesta. Rompiendo con fuerza con los conceptos económicos básicos me atrevería a definir el IPC Real como el IPC Nominal dividido por… ¡el IPC Nominal! Y eso, como todos saben, da unidad.
Pero la indexación, junto con un aumento en la esperanza de vida y dada una edad de jubilación invariable, repito, está demostrando ser muy problemática para mantener la capacidad de los sistemas de contribuciones e impuestos para financiar el gasto en pensiones. Las pensiones siguen siendo suficientes, pero ya no son sostenibles, lo que las pone en riesgo de poder pagarlas en su totalidad sin generar déficits fiscales que engrosen la deuda existente.
Entonces, ¿cómo se declina tanto la sostenibilidad como la adecuación de las pensiones? En países donde se mantiene la indexación de las pensiones al IPC o salarios, la “tasa de reemplazo” (desde la primera pensión hasta el último salario) es generalmente inferior al 50%, o incluso al 40% (Suecia es un ejemplo de ello). . En España, la tasa de reemplazo es del 80% o ligeramente superior. Por lo tanto, mantener la adecuación de las pensiones indexándolas al IPC conduce directamente a la insostenibilidad del sistema.
Eso sí, se pueden imponer impuestos al sol, a la luna y a los asteroides, oa los decibelios (en serio, en España hay muchos). Pero no va a funcionar. Lo mejor, créanme, para hacer posible la sostenibilidad de las pensiones indexadas al IPC es indexar, a su vez, la edad de jubilación con aumentos en la esperanza de vida rompiendo para siempre la tiránica barrera de los 65 años (o los 67 cuando llegan, si llegan, que es lo mismo). Dicho esto, gracias por su amable interés. Valle.
José Antonio Herce, Economista y Director Asociado de International Financial Analysts (AFI)